por Richard Bennett
El 14 de octubre en Estornoway, en la isla de Lewis, Escocia, tuve el privilegio de dirigirme a muchos creyentes sobre el tema mencionado arriba, tema que atesoro muchísimo. La isla de Lewis se ha conocido por los reavi- vamientos que ocurrieron allí en tiempos pasados. Una particularidad de esos reavivamientos, y de todos los reavivamientos que han surgido en los 300 años de una fe sólida en las Escrituras, ha sido el de dar testimonio a los católicos.
Para poder ser fiel al Señor en su gran mandato, y a nuestro deseo de un reavivamiento en estos días de aposta- sía en que vivimos, es necesario comprender lo que está involucrado en este alcance. Al igual que la mayoría de otras personas religiosas, los católicos procuran el deseo de estar bien con Dios. Esta es la razón por la que par- ticipan de los sacramentos de la iglesia y hacen buenas obras, de acuerdo con su doctrina católica. Comenzamos sobre este fundamento con nuestro alcance hacia ellos en el amor del Señor. El pecado de los judíos – su desdén por el Evangelio de la gracia – causó gran angustia al Señor Jesús. Aun así, los ojos llenos de lágrimas del Se- ñor se posaron sobre las almas perdidas de Jerusalén. Igualmente el apóstol Pablo había explicado el gran celo que tenía por la salvación de sus compatriotas judíos.1 Su afecto por sus compatriotas era tal que esta dispuesto a sufrir las penurias más difíciles a fin de llevarles el Evangelio. Así debiera ser nuestro amor por los perdidos. Si no tenemos amor y celo para alcanzar a los católicos, cuando todos ellos laboran bajo un falso evangelio, de- bemos clamar al Señor que nos conceda arrepentimiento y amor por todos los perdidos; éste ha sido el distintivo de los verdaderos cristianos a lo largo de los siglos.
Algunos de los obstáculos que nos impiden alcanzarlos son los siguientes. A partir del Concilio Vaticano II, la iglesia Católica logró un cambio estratégico. Dicho concilio dio un vuelco desde su postura de alejamiento de todas las otras religiones hacia su nuevo programa de un falso ecumenismo. Esta nueva táctica fue diseñada a fin de presentar al catolicismo romano como cristiano, y de allí prevalecer para que los evangélicos se hagan Católico romanos. Tal cual lo define la iglesia de Roma, su táctica principal es mediante el diálogo. En sus do- cumentos después del Concilio Vaticano II, ella declara lo siguiente.
“Este [diálogo ecuménico] nos sirve para transformar los modos de pensamiento y el comportamiento en la vida diaria de esas comunidades [iglesias no-católicas]. De esta manera, apunta a preparar el camino para su unidad en la fe en el seno de una sola Iglesia invisible. Así, “poco a poco, al ser vencidos los obstáculos a esa perfecta comunión ecuménica, todos los cristianos se reunirán en una celebración común de la eucaristía hacia la unidad de la única y sola Iglesia, la cual Cristo desde el principio concedió a su iglesia. Esta unidad, creemos, reside en la Iglesia Católica como algo que jamás podrá perder.”2
Esta táctica tiene como intención la de engañar a los cristianos a creer que ella ha cambiado. Esta póliza enga- ñosa ha tenido éxito puesto que hoy hay muchos movimientos ecuménicos que aceptan a la iglesia católica co- mo cristiana. Tales movimientos como “Evangélicos y Católicos Unidos”, “Iglesias Cristianas Unidas”, “La Red Volviendo al Hogar”, y el movimiento de la “Iglesia Emergente”, todos niegan el Evangelio y atraen a la gente para que acepten el catolicismos y su falso ecumenismo. A fin de responder a este obstáculo a la evange-
1 Romanos 9:1-3
2 No. 42, “Reflections and Suggestions Concerning Ecumenical Dialogue” in Vatican Council II: The Conciliar and Post Conciliar Documents [“Reflexiones y sugerencias tocante al diálogo ecuménico” en Concilio Vaticano II: Los documentos del concilio y post concilio], Austin Flannery, O.P., editor, 1981 edition (Northport, NY: Costello Publishing Co., 1975), S.P.U.C., 15 de agosto de 1970, p. 541.
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lización, y sus movimientos acompañantes, se nos hace imperativo que analicemos el catolicismo. En primer lugar, el aspecto más peligroso de la Iglesia de Roma es el hecho que pareciera fundamentarse sobre las grandes verdades esenciales de la revelación de Dios. No obstante, cuando comprendemos lo que añade a estos funda- mentos mediante su doctrina oficial, pronto nos damos cuenta que de ninguna manera es cristiana.
Alcanzando con la verdad del Señor
Comenzamos nuestro alcance a un católico con una pregunta como, “¿Puedes decir, sin duda alguna, que en es- te mismo momento estás bien con Dios?” Explicamos que no solo es posible estar bien con Dios, sino que Dios quiere que vivamos confiados en nuestro estado con Dios. Seguimos mostrando el contraste entre la doctrina bíblica y la enseñanza oficial católica.3 La iglesia Católica, al par que se declara cristiana, avala que sus propias doctrinas absolutas son infalibles.4 No obstante, todos los creyentes confían en Dios y solamente en su Palabra escrita, “la escritura no puede ser quebrantada,”5 “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.” 6 La Ro- ma papal profesa que imparte a Cristo mediante sus misas, y el Espíritu Santo mediante los sacramentos.7 Alega que fortalece a los fieles con crucifijos, rosarios, imágenes, aguan bendita, y los santos. Alega que pueden redu- cir el sufrimiento de las almas en el purgatorio mediante las indulgencias. Profesa mediar entre Dios y el hom- bre, que tiene las llaves del cielo y del infierno; que puede prohibir el matrimonio de sus sacerdotes con su de- creto de celibato.
La Roma papal decreta abstinencia de carnes y ha vestido a sus cardenales en púrpura y escarlata con seda fina, y piedras preciosas. En una palabra, ella ha establecido un sistema de injusticia y se ha conferido el estatus ima- ginario de “nuestra santa madre, la Iglesia”. Lo que el papado da por un hecho es que el Señor estableció una jerarquía totalitaria con el Papa en la cabeza, seguida por los cardenales, patriarcas, arzobispos mayores, arzo- bispos, metropolitanos, arzobispos coadyuvares y sacerdotes. El esquema de la organización bíblica de la espo- sa de Cristo es totalmente diferente. En el verdadero cuerpo de Cristo, los ancianos y diáconos siempre son tan solo hermanos dentro del mismo cuerpo y el Único Maestro es Jesucristo el Señor, “uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos.” 8
Mientras que los católicos viven bajo la tutela de la Iglesia, les toca un largo peregrinaje a lo largo del Sacrificio de la Misa, los sacramentos, las buenas obras, los méritos, la veneración de María, y los santos. A cada cual se le exige que participe de los sacramentos a fin de que cuando muera, haya sido la suficientemente bueno como para morir en un estado de “gracia santificadora”. Con eso esperan al fin ser salvos, o al menos, esperan aterri- zar por un tiempo en el purgatorio. Aun en un estado natural uno se preguntaría cómo es que un católico puede tener esperanza alguna. El sacrificio de la Misa y los sacramentos son tales que todo lo que pueden prometer es un pseudo-infierno llamado el purgatorio. Ciertamente ha llegado el momento para todos los que de veras aman al Señor alcancen con ese mismo amor a los católicos.
3 El contraste se puede ver en nuestro tratado: “Lo Que Cada Católico Debe Saber”.
Véase en línea en: http://www.litmin.org/store/products.php?prodid=1008&do=list
4 Catecismo Par. 891: “El Supremo Pontífice... goza de esta infalibilidad por virtud de su oficio, cuando... él proclama por un acto definido una doctrina pertinente a la fe o la moral... Esta infalibilidad se extiende hasta el depósito de la misma revelación divina.”
5 Juan 10:35
6 Juan. 17:17
7 “La Iglesia afirma que para los creyentes los sacramentos del Nuevo Pacto son necesarios para la salvación. ‘La gracia sacramental’ es la gracia del Espíritu Santo, dada por Cristo y propia a cada sacramento.” Catecismo de la Iglesia Católica, (1994), Para. 1129.
8 Mateo 23:8
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La necesidad de dar el verdadero evangelio a los católicos
El apóstol Juan escribió, al igual que Pedro y Pablo, a fin que pudiéramos saber que nosotros, pecadores bajo condena, podemos tener paz y seguridad que viene al encontrarnos bien con Dios, el Santo de los santos. Su santidad es el factor distintivo de la esencia de su carácter. Esta es la razón por la que necesitamos estar bien ante el Santísimo Dios de acuerdo a las condiciones que Él prescribe. Solo por esta gracia el pecador muerto en sus transgresiones y pecados, movido por la convicción que viene del Espíritu Santo, se torna a Él solo por la fe para obtener la salvación dada solo por Dios. La vida perfecta de Cristo y su muerte es el único fundamento de esta salvación, pues con ello Él ha pagado todo el precio por los pecados de su pueblo. Solo Dios por su gracia abre el oído del pecador para que solo por la fe pueda creer en Cristo, “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.”9
El apóstol Pablo también nos da el significado exacto de estar bien con Dios, “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.”10 Cristo Jesús no “fue hecho pecado” por la infusión de vicios o pecados dentro de Él, ni tampoco el creyente “es hecho justo” por una infusión de santidad. El Señor en su persona es enteramente Santo; aún así, siendo el substituto del creyente, que está muerto en transgresiones y pecados, se dio a sí mismo legalmente, asumiendo la responsabilidad por sí mismo, pagando plenamente el precio por el pecado del creyente – la justa ira de Dios. La consecuencia de la fidelidad de Cristo en todo lo que Él hizo, incluyendo su muerte en la cruz, es que su justicia se cuenta por la justicia del creyente. Fue Dios quien legalmente constituyó a Cristo que “por nosotros fue hecho pecado”. Él “fue hecho pecado” porque los pecados de todo su pueblo fueron transferidos a Él, y de igual manera, el creyen- te es hecho la “justicia de Dios en Él” por cuanto Dios cuenta al creyente, la fidelidad de Cristo a los preceptos de la ley. Claramente este es el Evangelio, del cual hasta aun el profeta Isaías escribió, “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Je- hová cargó en él el pecado de todos nosotros.” 11
Cómo no evangelizar
El mayor obstáculo al evangelismo es el silencio. Guardar silencio con la esperanza que nuestra vida cristiana dará de por sí el testimonio, es faltar al mandato del Señor. El mandato, “Id a todo el mundo, y predicad el evangelio a toda criatura,” significa dar el evangelio a todos, ¡incluyendo al católico! La mayoría de las mon- jas, los sacerdotes, y laicos católicos que salieron del catolicismo, que yo he conocido, avalan el hecho que nin- gún creyente bíblico jamás se acercó a ellos para hablarles de su salvación. El mandato de Cristo para dar las Buenas Nuevas, ¡no es una solicitud! Es un mandato. Al evangelizar a un católico, uno debe ser sumamente cuidadoso de no dar ningún “mensaje de proceso.” Un mensaje de proceso significa decirle al oyente lo que “tiene que hacer.” Al católico siempre se le ha dicho cómo hacer las cosas para que agraden a Dios. Cuando nos acercamos a un católico, hablamos de lo que Cristo ha hecho, y la necesidad de creer en Él. El uso de tales expresiones como “Acepta a Cristo en tu corazón” y “Dale tu vida a Cristo” son bien similares a lo que los cató- lico romanos escuchan dentro del catolicismo, a veces con esas mismas palabras. A fin de evangelizar en ver- dad, es necesario poner a un lado por completo a estos mensajes. Por tanto, es necesario que hablemos de algu- nas maneras erróneas de evangelizar que perjudican por entero al verdadero Evangelio.
“Acepta a Cristo en tu corazón (i.e., para ser salvo),” es una de las frases más usadas en círculos modernos evangélicos. Este concepto humanista no es bíblico. Pone al hombre en control de su salvación; no obstante,
9 Efesios 2:8-9
10 II Corintios 5:21 11 Isaías 53:5-6
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desde el principio a fin, la salvación en su totalidad es obra particular de Dios. La salvación no es una decisión que tiene su origen en el ser humano; es la decisión amorosa del Padre desde antes de la fundación del mundo.12 El concepto bíblico de la salvación es que solo por la gracia el creyente es acepto en Cristo. Todo el tema de los primeros dos capítulos de Efesios se resumen en las palabras del apóstol, “para alabanza de la gloria de su gra- cia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado.” 13 La terminología, “acepta a Cristo en tu corazón” es al revés y engañosa. Los muertos espiritualmente y los impíos solo pueden ser aceptos ante Dios cuando están “en Cris- to,” tal como testifica la enseñanza de los apóstoles Pablo, Juan, y Pedro. Apocalipsis 3:20 se usa con frecuencia como texto de evangelización, “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” Estas palabras fueron dirigidas a cristianos laodicenses, y no a los incrédulos.14 El mal uso de este texto tocante a la santificación para enseñar el Evangelio, no tiene excusa algu- na. La santificación difiere de la justificación. La santificación es gradual y variable, en cambio la justificación es instantánea e invariable. El abuso de este texto es aun más serio pues los católicos en particular son tan sus- ceptibles al engaño con respecto a este tema.15 Permanecen en la iglesia Católica Romana creyendo que ahora ya tomaron en cuenta “el asunto evangélico” añadiéndolo a sus muchos ritos del catolicismo. Igualmente un gran número de evangélicos fieles en asistir a la iglesia, todavía no han recibido la salvación porque han pasado por este mismo “créelo que es fácil” plan de salvación evangélico. No hay palabras para decir lo serio que es dar un mensaje engañoso de salvación.
Hay otros mensajes igualmente diseñados por los hombres que se utilizan en las iglesias evangélicas. Por ejem- plo, se le dice a la gente que para ser salvos hay que “darle el control de tu vida a Jesús,” o “dar tu vida a Jesús.” De hecho no hay nada que persona alguna pueda dar en cambio por su salvación. En las palabras del apóstol, “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia...”16 Cristo es el único sacrificio por el pecado acepto ante un Dios santo, y esa ofrenda se consumó plenamente en la cruz. El sacrificio por el pecado ha sido acabado. El ser humano está bien con Dios solo por la gracia mediante solo la fe en solo Jesucristo, no por su compromiso de controlar su comportamiento. De hecho, la verdad es totalmente al contrario.17 Estas son algunas de las maneras humanísticas de los evangélicos modernos que usan para dar lo que ellos llaman las buenas nuevas para evangelizar. Estos ejemplos demuestran que se ha perdido el camino del verdadero Evangelio en el mundo moderno, y que hay que poner en alerta al pueblo de Dios para que den el verdadero mensaje.
La manera bíblica de presentar el evangelio
En primer lugar, todo ser humano recibe el mandato de “creer en el Señor Jesús.” El Señor resumió su mandato a creer cuando dijo, “Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado.”18 De igual manera, el apóstol Pablo y Silas declararon, “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu ca- sa.”19 Jesús recalcó la importancia de la fe en las palabras, “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tie- ne vida eterna.”20 En breve, el Señor resumió la situación, “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que
12 “Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él.” Efesios 1:4.
13 Efesios 1:6
14 De allí, Apocalipsis 3:14, “y escribe al ángel [pastor] de la iglesia en Laodicea...”
15 Por ejemplo, los católicos creen que han recibido a Jesús en el corazón al participar en la eucaristía, pues se les enseña a creer que es el “cuerpo y la sangre del Señor Jesús.”
16 Tito 3:5
17 Por ejemplo, Gálatas 1:4
18 Juan 6:29
19 Hechos 16:31
20 Juan 6:47
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rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.”21 El Señor Jesucristo con toda claridad declara la razón por esa verdad, “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.”22
Habiendo escuchado el mandato a creer, debemos caer en cuenta que sin el favor inmerecido de Dios, o gracia, nadie puede creer. La más alta expresión del amor bondadoso de Dios es la gracia. La bondad amorosa de Dios y la misericordia denotan la naturaleza misma de la gracia de Dios. Por tanto, las Escrituras insisten, “para mos- trar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Je- sús.”23 La salvación no procede de cosa alguna dentro de la persona a quien testificamos, sino más bien emana de la inmensa misericordia y gracia de Dios. La tensión bíblica entre estos dos puntos – que cada persona recibe el mandato a creer, pero sin la gracia de Dios, la persona es incapaz de creer – deben quedar en claro cuando testificamos a los católicos. Esta tensión se expresa en algunos textos bíblicos. Por ejemplo, “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de [la voluntad de] Dios.”24 El designio de Dios en este y otros versículos es de mostrar que una persona debe “creer en Jesucristo” para ser salvo; no obstante, necesita la gracia inmerecida de Dios. Al testificar, debemos mostrar a la persona que para creer, debe mirar al Señor por su gracia. Todos los que reposan sus almas con fe en Jesucristo no solo son con- vencidos del mal del pecado es sus propias vidas, sino también del hecho que hasta el mismo poder de creer en Cristo es el don de Dios al creyente. El apóstol Pablo recalca la bondad de esta gracia cuando dice, “Siendo jus- tificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.”25 La gracia es un don gra- tuito, inmerecido. Un regalo siempre será gratuito, de otra manera es un pago recibido por cierta obra con miras al interés y la ganancia del dador. La gracia es totalmente inmerecida y está al extremo opuesto de lo que se ob- tiene por el esfuerzo propio o lo recibido por cuenta de una demanda.
Conclusión
Tal como mencioné al principio, la evangelización de los perdidos, especialmente los católicos, debe ser una prioridad máxima en nuestras vidas. No obstante debemos conceder que la mayoría de los creyentes no están muy preocupados con la evangelización de los católicos. Necesitamos el fresco vigor de los auténticos creyentes a lo largo de la historia cristiana. No hay duda alguna que Dios procura nuestro arrepentimiento para restaurar- nos a la salud espiritual e inculcarnos amor por los perdidos. Su promesa es, “si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.” 26 En este contexto, ¿estamos dispuestos a constreñirnos y aferrarnos de la promesa de Dios que obrará entre nosotros? En el pasado, aun en los días de plena decadencia, el Espíritu Santo siempre obraba por la salvación mediante el Evangelio de la gracia. Esta siempre será la manera de obrar del Espíritu Santo hasta el regreso del Señor en gloria. Esta siempre ha sido la enseñanza y la práctica de aquellos que el Señor usó en reavivamientos a lo largo de la historia de la iglesia. Por tanto, oramos como lo hicieron los hombres y mujeres en previos días de decadencia, “Despiértate, despiértate, vístete de poder, oh brazo de Jehová; despiértate como en el tiempo antiguo, en los siglos pasados.”27
21 Juan 3:36
22 Juan 3:18-19
23 Efesios 2:7
24 Juan 1:12-13. De igual manera, en 2 Pedro el apóstol enseña que la verdadera fe salvadora, por la cual creemos, proviene de Dios. 25 Romanos 3:24
26 II Crónicas 7:14
27 Isaías 51:9
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El Señor no necesita nuestro recordatorio, sino que nos da la oportunidad, para que con humilde fervor le pida- mos que manifieste su poder que será para su propia alabanza. Al recordar que en Jesucristo se prometen las riquezas de la gracia, confiamos que Él enviará su poder. Su Palabra habla de las “riquezas de su gracia”, y de las “sobreabundantes riquezas de su gracia”, pero también proclama que su gracia ha “sobreabundado hacia muchos,” y que hemos recibido “gracia sobre gracia.”28 Sí, la gracia de Dios en el Evangelio de Jesucristo es sobreabundante. ¿Acaso no deberíamos esperar que esta gracia nos extienda su toque con un verdadero reavi- vamiento, a pesar de la situación de las iglesias como ya lo hemos visto? Esto es así porque el Señor Jesús sigue siendo el “Cristo,” i.e., el Ungido. Su propósito no tiene fin. Así como en el día del Pentecostés, así Él todavía sigue siendo el Exaltado por derramar su Santo Espíritu. Tal derramamiento de su Espíritu Santo continúa no solo hacia Él mismo, sino también por nosotros su pueblo. 29 El don fue dado en el poder del Padre que Jesu- cristo había prometido.30 Esta promesa fue cumplida en aquel entonces, pero sigue en vigencia para nosotros hoy, “porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios.” Por tanto, lo que en aquel entonces se manifestó y se escuchó con todo fervor, es para nosotros el mismo derramamiento. Por tanto podemos estar plenamente confiados que el Señor mismo nos responderá, tal cual lo ha prometido, “si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Pa- dre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” 31 Entonces, al par que el Padre responda con ese reavivamiento personal en nuestros propios corazones, nosotros con obediencia y amor alcanzaremos a los que todavía están perdidos en la oscuridad, sin el Pastor y la Luz del Evangelio.
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Traducción cortesía de Haroldo Camacho: www.basartob.com/spanish.html
28 See Romans 5:15,17 29 Acts 2:33
30 John 14:26; 15:2
31 II Corinthians 1:20