Por Roberto Bush
Comencé mi viaje católico en un pequeño país en Carolina del norte en los Estados Unidos. El pueblo era tan pequeño que no teníamos misa todos los domingos, sino que una vez por mes solía venir un sacerdote, si podía, a dar misa en un gran salón público.
Tengo un hermano mayor y otro menor. Mi padre había estudiado en la universidad de Santa Clara. Por eso mis padres pensaron que sería una buena idea que asistiéramos a una escuela católica con internado. La escuela era dirigida por jesuitas y yo estudié allí durante tres años. Académicamente era una muy buena escuela, pero la única religión con la que teníamos contacto era la teología y la tradición católica sin ningún énfasis en la Biblia.
El deseo de servir a Dios y a la humanidad
A medida que se acercaba la graduación, comencé a pensar qué haría después. Pensaba que hacerme jesuita sería una buena manera de honrar y servir a Dios y ayudar a la humanidad; eso era todo lo que necesitaba. Por esa época, incluso cuando dejé la escuela, sentía un anhelo y un hambre en mi corazón de encontrar a Dios y conocerlo. En efecto, una vez cuando estaba en el último año, recuerdo haber ido a la cancha de fútbol y haberme arrodillado allí en la oscuridad con mis brazos elevados al cielo. Exclamé: “Dios, Dios, ¿dónde estás?” Realmente tenía hambre de Dios.
El seminario jesuita
Entré en la orden jesuita en 1953 después de graduarme de la escuela de enseñanza media. Cuando entré en la orden, lo primero que ocurrió fue que se me dijo que debía respetar todas las reglas y disposiciones, que al hacerlo agradaría a Dios, y que eso era lo que él quería para mí. Se nos enseñaba el refrán “Mantén la regla, y la regla te mantendrá a ti”.
Leíamos mucho acerca de la vida de los santos, y desde el comienzo se me entrenó para que los mirara como ejemplos a seguir, sin pensar en que se habían convertido en santos porque habían servido a la Iglesia Católica. Cursé estudios en el seminario durante trece años, tomando curso tras curso y estudiando una cosa tras otra. Lo último fue el estudio de teología, culminando con mi ordenación en 1966.
Hambre de Dios pero no paz
Todavía tenía hambre de Dios en mi corazón. No me había encontrado con el Señor todavía y no tenía paz. En efecto, por esa época solía fumar y me sentía muy nervioso. Solía caminar de un extremo a otro de mi cuarto fumando un cigarrillo tras otro a causa de mi condición interior.
Ingresé en un programa de posgrado en Roma pensando que estaría en la cima de la montaña, pero el hambre de mi corazón persistía. Llegué a hablar con un sacerdote que estaba a cargo de las misiones en Africa, pensado ir allá como misionero. Sin embargo, sabía que si iba a Africa, lo único que podría hacer sería enseñarle a la gente lo que había aprendido acerca de las doctrinas católicas y lo que la Iglesia Católica tenía para ofrecer, aunque no me hubiera satisfecho. No veía cómo podía satisfacerlos a ellos tampoco.
Estudié durante los años del II Concilio del Vaticano (1962-1965) y fui ordenado un año después que terminó. Los documentos del Concilio Vaticano II estaban saliendo de Roma y yo pensé que todo cambiaría. Era un tiempo de descubrimientos. Pensé que llegaría a la verdad fundamental, y que eso cambiaría el mundo. Esa idea era la fuerza que me impulsaba. Pero no notaba cambios, porque seguían estando vigentes las mismas doctrinas católicas del Concilio de Trento. De manera que al final no fui a Africa y volví a California, donde Dios me tenía reservada una sorpresa.
Líder de un grupo de oración
Estando en una casa de retiro donde celebraba la misa, una mujer me preguntó si estaría dispuesto a dirigir un grupo de oración en su hogar. Nunca en mi vida había dirigido un grupo de oración y no sabía cómo funcionaban, pero pensé que si había sido preparado durante tantos años, debía estar calificado para hacerlo y acepté. Lo realizaban todos los jueves de diez a doce de la mañana. Un grupo de personas se reunían y sólo leían la Biblia, cantaban alabanzas al Señor, y oraban unos por otros por sus necesidades. Yo me mantenía en silencio fumando todo el tiempo. Desde temprano por la mañana el día de la reunión de oración, caminaba de un lado para otro pensando “¿Por qué acepté ir?” No tenía ningún entusiasmo por ir, pero cuando llegaba el medio día, no quería retirarme. El poder de la Palabra bíblica estaba comenzando a tocar mi corazón y mi vida.
Sorprendido por la gracia de Dios
La gran sorpresa que el Señor tenía reservada para mí ocurrió de la siguiente manera. Un día fuimos a una casa de retiro con un grupo de personas que participaban de la reunión casera de oración. El orador dijo al final de su sermón: “Ahora, si hay alguno aquí que tiene hambre de Dios, que pase adelante y oraremos por él”. Ocurrió que una mujer llamada Sonia se me acercó y
me pidió: “¿Podría por favor decirle a mi esposo Joe que pase adelante para que oremos por él?” Le dije: “Sonia, no puedo hacer eso. Eso no sería honesto porque yo mismo no he pedido que se ore por mí, ¿cómo puedo pedirle a él que pase al frente?” Bueno, yo mido alrededor de 1,90 metros y ella era una mujer muy baja. Nunca lo olvidaré; me miró a la cara y me señaló con el dedo diciendo : “Creo que necesita que oremos por usted”. Yo reí y dije: “Sí, lo necesito”. Lo que ella no comprendía era que había una gran hambre en mi alma. Después de tantos años de estudio todavía no había encontrado a Dios. Leía mi Biblia en las reuniones de oración, pero todavía no conocía al Dios soberano de la Biblia, ni me sabía un pecador perdido delante de El.
Ese fue el momento en que oré para que Dios me cambiara, de manera que pasé al frente y me impusieron las manos y oraron por mí. No fue por mis obras ni por lo que ellos o yo hiciéramos, sino que fue verdaderamente por la gracia de Dios que nací de nuevo. Jesús se volvió real, la Biblia se volvió real. Sencillamente me convertí en una llama encendida en el amor de Dios. El cambió mi vida. Para quienes lean esto, afirmo que El es real y cambia las vidas. JESUS CAMBIO MI VIDA. “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración, y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5).
Tratamos de basarnos en la Biblia
Fue en agosto de 1970 cuando Dios realmente me tocó. Comencé a trabajar en el mo vimiento carismático, un movimiento nuevo en la Iglesia Católica. Aunque estaban saliendo de Roma todo tipo de decretos y dogmas, el movimiento al comienzo trató de tener un sólo manual –la Biblia.
Iniciamos un grupo de oración que se reunía en una escuela de enseñanza media y creció tanto que tuvimos que trasladarnos a un gimnasio. No pasó mucho tiempo antes que hubiera de 800 a 1.000 personas que venían todos los viernes por la noche. Hacíamos énfasis en la alabanza, la adoración y la glorificación a Dios. Aprovechando que en el gimnasio no había imágenes de santos u otras cosas, tratamos de sujetarnos a la Biblia.
Yo tenía mucho para aprender. Me llevó años comprender que estaba transigiendo al quedarme en la Iglesia Católica. Todos esos años continué ins istiendo en que la salvación es sólo la obra terminada por Cristo en la cruz, y no por el bautismo infantil; que hay una sola fuente de autoridad que es la Biblia, la Palabra de Dios; y que no hay un purgatorio sino que al morir vamos al cielo o al infierno, etc.
Aquí es donde surgió el conflicto. Ver que la gente dependía de esas doctrinas falsas y engañosas me encogía el corazón. Pensaba que tal vez Dios podría usarme para cambiar las cosas en la Iglesia Católica. Hasta teníamos reuniones de oración con otras personas que sentían lo mismo que yo. Orábamos para que Dios cambiara la Iglesia Católica Romana para que pudiéramos seguir siendo católicos. Pero para seguir siendo católicos, ahora lo veo, teníamos que vivir una vida condicionada.
Convicción por el Espíritu Santo
Finalmente después de mucha convicción del Espíritu Santo comprendí que si no me entregaba totalmente a Dios, al cien por cien, estaba hiriendo al Señor, con el pecado del condicionamiento. También llegué a comprender que la Iglesia Católica Romana no puede cambiar. Si cambiara, no habría papa, ni rosario, ni purgatorio, ni sacerdotes, ni misa, etc. Después de diecisiete años de lavado cerebral, el Espíritu Santo me lavó y limpió la mente. En una palabra, lo que me estaba ocurriendo en este período está explicado en Romanos 12:1-2, “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en
sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:1-2).
Investigación en India
Por esta época había conocido a otro sacerdote que había dejado la iglesia de Roma. Estaba predicando lo mismo, pasando la mitad del año en la India y la otra mitad en los Estados Unidos. Víctor Affonso también había sido jesuita, y le dije que me parecía maravilloso poder ir a la India para hacer trabajo misionero allá. Podríamos también investigar los dogmas y las doctrinas de la Iglesia Católica.
Fui a la India en 1986 y pasé seis meses allí haciendo trabajo misionero. También pudimos pasar un mes con un grupo de gente que estaba investigando el dogma católico a la luz de las Escrituras. Estábamos decididos a seguir lo que dijera la Biblia; si las doctrinas católicas la contradecían, las rechazaríamos.
Vimos que Jesús dijo: “Venid a mí”, y que en los Evangelios se nos dice que oremos a nuestro Padre en el nombre de Jesús, nunca a un santo ni a María. Los discípulos no oraban a Esteban, que murió muy temprano en los Hechos de los Apóstoles, ni a Santiago, que fue muerto muy pronto. ¿Por qué habrían de hacerlo si tenían al Jesús resucitado con ellos? El dijo: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). Oraban a Jesús, oraban al Padre, tenían la guía del Espíritu Santo y obedecían los mandamientos de Dios.
En la India descubrimos que el catecismo católico había cambiado los Diez Mandamientos respecto de lo que estaban en la Biblia. En el catecismo católico romano, el primer mandamiento está como en las Escrituras. El segundo mandamiento en el catecismo es: “No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano”. Este es un cambio completo en relación a la Biblia. El tercer mandamiento de la Biblia ha sido puesto en segundo lugar. El segundo mandamiento original que se encuentra en la Biblia ha sido descartado. Prácticamente todos los catecismos descartan el segundo mandamiento de la Biblia. Por ejemplo el Nuevo Catecismo de Baltimore, Pregunta 195, responde: “Los mandamientos de Dios son los diez que siguen: (1) Yo soy el Señor tu Dios, no tendrás dioses ajenos delante de mí; (2) No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano”, etc.
En la Biblia, el segundo mandamiento declara:
“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinará a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Exodo 20:4-6).
Dios nos prohibe inclinarnos ante ellas y adorarlas, sin embargo hay figuras del mismo papa inclinándose y besando imágenes.
Nos molestaba que este mandamiento había sido descartado del catecismo. Entonces nos preguntamos, ¿cómo es que lo mismo hay diez mandamientos en el catecismo? Lo que hace el catecismo es dividir el último mandamiento (antes el décimo, ahora dividido entre el noveno y el décimo), “No codiciarás la mujer de tu prójimo” está separado del de no codiciar los bienes del
prójimo. Esta es una verdadera distorsión de la Biblia. Estaba descubriendo dogmas y doctrinas que contradecían directamente las Escrituras.
María y la Misa
También investigamos la doctrina de la Inmaculada Concepción. Esta se define como “la doctrina de que María fue concebida sin pecado; desde el primer momento de la concepción no había pecado allí”. Esto contradice Romanos 3:23 que dice “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. Aquí tenemos una doctrina y una tradición que se ha ido pasando y definiendo solemnemente como verdad infalible, pero contradice lo que está en la Biblia.
Luego llegamos a las principales zonas de conflicto. Tenía que ver con el sacrificio de la misa. La posición católica oficial sobre el sacrificio de la misa es que es la continuación del sacrificio del Calvario. El Concilio de Trento lo ha definido así:
“En este divino sacrificio, que se celebra en la misa, Cristo está contenido e inmolado sin sangre, el que en el altar de la cruz ‘se ofreció a sí mismo’ con derramamiento de sangre (Hebreos 9:27), el Santo Sínodo enseña que esto es verdaderamente propiciatorio . . . Porque es una y la misma víctima, el mismo que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes con el que se ofreció a sí mismo en la cruz, lo único que varía es la forma del sacrificio . . .” (Denzinger 940).
Algunas personas dirán que el Concilio de Trento ya no es válido y que las cosas han cambiado. Pero el Cardenal Ratzinger, cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe (que es el antiguo Santo Oficio), en un libro llamado Informe Ratzinger dijo: “Así mismo es imposible decidir a favor de Trento y Vaticano I y en contra de Vaticano II. Quien rechaza el Vaticano II niega la autoridad que sostiene los otros dos concilios y los separa de sus bases”. El catecismo dice lo mismo, que la misa es el mismo sacrificio que el de la cruz. Por ejemplo el Nuevo Catecismo de Baltimore dice: “La misa es el mismo sacrificio de la cruz porque en la misa la víctima es la misma y el sacerdote principal es el mismo, Jesucristo”. Sin embargo en Hebreos 10:18 dice: “Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado”. Las Escrituras lo dejan muy en claro. En efecto, ocho veces en cuatro capítulos, comenzando en el capítulo siete de la carta a los Hebreos dice “una vez para siempre” hubo un sacrificio por el pecado, ¡una vez para siempre!
Sacrificio acabado
Cualquiera que haya asistido a la misa en la Iglesia Católica recordará la oración pronunciada por el sacerdote “Oremos hermanos, para que nuestro sacrificio sea aceptable para Dios, el Padre Todopoderoso”. Esta es una oración muy importante. La gente responde diciendo lo mismo, pidiendo que los sacrificios sean aceptables para Dios. Pero esto es contrario a la Palabra de Dios porque el sacrificio ya ha sido aceptado. Cuando Jesús estaba sobre la cruz, dijo: “Consumado es” (Juan 19:30) y sabemos que fue consumado porque Jesús fue aceptado por el Padre y lo levantó de entre los muertos y ahora está sentado a la diestra del Padre. La Buena Nueva que predicamos es que Jesús ha resucitado de entre los muertos, que su sacrificio ha sido completo, y que ha pagado por todos los pecados. Cuando por medio de la gracia de Dios lo aceptamos como el sacrificio acabado por nuestros pecados, somos salvos y tenemos vida eterna.
Una conmemoración es un recuerdo de algo que alguien ha hecho por nosotros. Jesús dijo: “Haced esto en memoria de mí”. De modo que cualquiera que está leyendo esto o cualquier
sacerdote que está diciendo misa, debe considerar seriamente el error de la oración “Oremos hermanos y hermanas, para que nuestro sacrificio sea aceptable. . .” El sacrificio ha sido aceptado como fue realizado. Lo que debemos hacer al participar del servicio de comunión es hacerlo en memoria de lo que Jesús ha hecho. Vemos que el sacrificio que Jesús ha hecho en la cruz es suficiente y definitivo. No se le puede agregar ni quitar nada.
¿Puede la misa expiar el pecado?
La Iglesia Católica dice que la misa es un sacrificio propiciatorio eficaz para quitar los pecados de quienes viven y de los muertos. Es por eso, hasta el día de hoy, incluso cuando algunas personas dicen que la iglesia en algunas partes no cree en el purgatorio, prácticamente cada misa que se dice es por alguien que ha muerto. Se cree que la misa acortará su estancia en el purgatorio. Por eso es que se hacen misas por los muertos. Cuando una persona muere sigue inmediatamente el juicio “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27). Si son salvos, van directamente al cielo, si siguen en pecado, van al infierno. No hay nada que pueda cambiar a alguien del infierno al cielo. Sin embargo la Iglesia Católica cree que la misa, siendo un sacrificio propiciatorio, disminuirá el tiempo en el purgatorio. Pero todo el sufrimiento y la expiación que se haya hecho por los pecados fue cumplido por Jesús en la cruz y debemos aceptar esta verdad. Necesitamos recibir la vida eterna y nacer de nuevo mientras estamos vivos. No hay evidencia bíblica que apoye la idea de que después de la muerte podemos experimentar algún tipo de cambio.
Justos delante de Dios
Luego comenzamos a estudiar lo que la Iglesia Católica enseña sobre la salvación. La doctrina de la Iglesia Católica es que podemos ser salvos por ser bautizados de niños. La ley canónica actual dice: “El bautismo, la puerta a los sacramentos, necesario para la salvación, de hecho, o al menos en intención, por medio del cual los hombres y las mujeres son liberados de sus pecados, renacidos como hijos de Dios, conformados a Cristo. . .” (Canon 849). Lo que eso significa es que la Iglesia Católica dice que cuando un bebé es bautizado, es salvo y tiene vida eterna en virtud de su bautismo. Pero eso no es cierto. Jesús jamás dijo algo así, ni hay una sola palabra en la Biblia sobre eso. ¡No hay un limbo! Jesús dijo: “Dejad a los niños venir a mí. . .” La Biblia siempre dice que somos salvados por aceptar que Cristo Jesús pagó completamente el precio por nuestro pecado para que su justicia delante de Dios sea la nuestra. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
¿La obra de Cristo o las obras?
La Iglesia Católica también dice que para ser salvos hay que cumplir sus leyes, reglas y decretos. Y si se violan estas leyes (por ejemplo con el control de la natalidad, los ayunos, la asistencia a misa todos los domingos), entonces se comete pecado. La Iglesia Católica dice en la ley canónica actual que si se comete un pecado grave, ese pecado debe ser perdonado mediante la confesión a un sacerdote: “La confesión individual e integral y la absolución constituyen la única manera común por la que la persona fiel que tiene conciencia de su pecado, se puede reconciliar con Dios y con la Iglesia . . .” (Canon 9609). La Iglesia Católica dice que esa es la forma de obtener el perdón de pecados, la forma común de obtener el perdón de pecados. La Biblia dice que si nos arrepentimos de corazón y creemos en su sacrificio acabado, somos salvos. Somos salvados por gracia, no por nuestras obras. La Iglesia Católica agrega las obras, ya que
hay que hacer esas cosas específicas para ser salvos, mientras que la Biblia dice en Efesios 2:8-9 que es por gracia que somos salvos, no por las obras. La Biblia deja bien claro que somos salvos por gracia. Es un don libre dado por Dios, no por obras que hagamos. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la obra ya no es obra” (Romanos 11:6).
Dejo India y más. . .
Examinamos ésta y muchas otras doctrinas mientras estuvimos en la India, y cuando me fui, sabía que ya no podría representar a la Iglesia Católica. Comencé a ver que los dogmas católico romanos que contradicen las Escrituras están tan enraizados que no se pueden cambiar.
El movimiento carismático hoy en día ha vuelto a los dogmas y doctrinas fundamentales de Roma. Los mantiene y se aferra a ellos, de modo que todo el movimiento ha sido completamente debilitado. El movimiento carismático católico no es una corriente de aire fresco que sople en la iglesia, cambiando todo mediante la vuelta a la Biblia. No puede haber vuelta a la Biblia porque la Iglesia Católica no le permitirá ir tan lejos. La Iglesia Católica no renunciará a la misa para que vuelva a ser una conmemoración como dijo Jesús. Siempre insistirá en que la misa es una continuación permanente del sacrificio de Jesús. La Iglesia Católica no renunciará al dogma de que los bebés son renacidos y reciben la vida eterna en el bautismo, incluso cuando el bautismo infantil no se practicaba en la iglesia primitiva. No comenzó hasta el siglo III y no se practicó universalmente hasta el siglo V. La Iglesia Católica no renunciará a los otros requerimientos que ha puesto sobre la gente.
Ahora, yo amo sinceramente a los católicos y quiero ayudarlos. Quiero ayudarlos a encontrar la libertad de la salvación y la vida y las bendiciones que vienen por seguir las Escrituras. Y no tengo nada en contra de ningún católico ni de ningún sacerdote; son los dogmas y las doctrinas los que los tienen atados. Dios mismo quiere desatarlos. En el capítulo siete de Marcos, Jesús dijo: “Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres. . .” Ese es el mismo problema que enfrentamos ahora. Las tradiciones destruyen la propia Palabra de Dios porque contradicen sus verdades.
Cuando dejé la India y volví a casa, sabía que enfrentaría el cambio más grande de mi vida. Era un período de gran conflicto para mí porque había creído completamente en la Iglesia Católica Romana y la había servido durante gran parte de mi vida. Sabía que al volver debería dejar la iglesia de Roma.
Soy un hombre libre porque su Verdad me ha liberado. Ya no camino más con un pie en la Biblia y otro en la tradición. Camino basado en la absoluta autoridad de su Palabra escrita. Sigo las Escrituras como la única fuente de autoridad para la verdad revelada. Jesús dijo: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17).
Mis padres y la Providencia
En ese tiempo estaba experimentando mucho sufrimiento. Volví a mi hogar con mis padres, ambos tenían más de ochenta años, y una noche tuvimos una conversación seria. Les dije lo que pensaba hacer; les dije que era salvo por la gracia de Dios y que dejaría la Iglesia Católica por
motivos doctrinales. Hubo una larga pausa y luego mi padre dijo, hablando lentamente: “Roberto, sabes, tu madre y yo hemos estado pensando lo mismo”. Fueron una vez más a la misa y volvieron diciendo: “¿Sabes lo que es un altar en el frente de la iglesia? Un altar es un lugar para el sacrificio”. Luego dijo: “Veo claramente que ahora no hay más sacrificio”. Tanto mi padre como mi madre comenzaron a leer la Biblia y a seguirla. Mi madre murió en 1989 leyendo la Palabra de Dios y con la paz y la seguridad de su vida eterna y de que estaría para siempre con el Señor.
El 6 de junio de 1992 Dios me dio el regalo más grande que le puede dar a una persona después de la salvación, mi hermosa esposa, Joan. Mi padre murió en 1993, con una oración en sus labios por los que dejaba atrás. Había escrito su propio testimonio sobre la gracia de Dios, y aunque estaba bastante anciano había testificado a otros incluso en el hogar de retiro.
La Biblia—La autoridad de la verdad
En 1987 dejé formalmente la Iglesia Católica mediante una carta de renuncia y luego mantuve una correspondencia de ida y vuelta con mis antiguos superiores porque quería darles mi testimonio a todos. Terminé escribiendo a Roma antes de salir. Lo hice así porque quería testificar ante todos y explicarles los motivos de mi partida. Quería seguir la Biblia. El papa, a quien se considera el líder de la cristiandad, se aferra a cosas que contradicen la Biblia. Es muy importante que todos sepan que en el Código de la Ley Canónica, el Canon 333 dice: “No hay apelación ni recurso contra una decisión o decreto del Pontífice de Roma”. Eso significa que el papa tiene poder y autoridad absolutos. Está resumido en el Canon 749, “El Supremo Pontífice, en virtud de su oficio, posee la autoridad infalible para la enseñanza cuando como pastor y maestro supremo de todos los fieles . . . proclama en un acto definitivo que una doctrina, fe o costumbre debe ser sostenida como tal”.
Lamentablemente, el papa está sosteniendo cosas que contradicen la Biblia y ahora está hablando con mucha dureza contra los evangélicos de América del Sur como si fueran enemigos de la Biblia. Se queja contra ellos y dice que están socavando la iglesia, pero la razón por la que se les oponen es que están a favor de la autoridad definitiva de las Escrituras y no quieren estar bajo la autoridad papal.
Toda la posición del papa viene básicamente de un malentendido de la Escritura misma, en el libro de Mateo. Jesús dijo: “. . . tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia”. Tenemos que estudiar esto cuidadosamente. ¿De qué roca está hablando? Justo antes de eso, Jesús había preguntado a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” Pedro habló diciendo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Entonces Jesús dijo: “. . . porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Y luego dijo estas palabras: “. . . tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia”. La iglesia de Jesucristo está fundada sobre la Roca que es Jesucristo. Pedro ha recibido la revelación de Dios, y todo verdadero creyente que ha nacido de nuevo recibe la revelación de quién es Jesucristo. Su sangre derramada en la cruz borró nuestros pecados, y cuando nos arrepentimos y confiamos solamente en El, tenemos vida eterna en El y viviremos y reinaremos con Jesús para siempre jamás: Cristo es el cimiento, la piedra fundamental, la Roca. La roca no es el primer Pedro a quien Jesús escogió como discípulo con todos sus fracasos y demás, ni lo es el papa de hoy. La Roca es Cristo Jesús. Como el mismo Pedro lo dijo: “He aquí, pongo en Sión la principal piedra de
ángulo, escogida, preciosa; y el que creyere en ella no será avergonzado” (1 Pedro 2:6). Por su gracia Dios me lo reveló también a mí y ahora apoyo y construyo toda mi vida sobre esa roca, Jesús, que murió para borrar mi pecado y darme vida eterna.
Actualmente
Ahora soy ministro ordenado, estoy en comunión con otros de la fe bíblica. No sigan al montón; más bien procuren entrar por la puerta angosta. No se sientan molestos por la proclamación del evangelio de la gracia de Dios. No hay otra forma de ser salvo. Sin la gracia de Dios todos nosotros estamos perdidos y sin esperanza. No tenemos nada propio para ofrecer a Dios. Como dice un himno: “Traigo las manos vacías, sencillamente me aferro a tu cruz”.
Arrepiéntanse de tratar de hacer cualquier cosa para merecer el cielo. Confíen solamente en la sangre vertida por Cristo. La gracia es el favor de Dios que nos da lo que no merecemos. En tanto que Dios los justifica mediante la justificación de Cristo, alábenlo y hagan todas estas cosas “para la alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:6).
Las Buenas Nuevas
Estas son las Buenas Nuevas que quiero compartir con todos los lectores. Cuando uno se arrepiente y acepta que Jesús murió personalmente por sus pecados en la cruz, su vida es suya por fe; “mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia” (Romanos 4:5). Oren a Dios para no transigir. Pídanle al Señor que los santifique en su verdad. Su palabra bíblica es verdad. Oren para que se mantengan firmes y valientes a favor de su Palabra escrita solamente, y para que puedan proclamar como el salmista: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmos 119:105). En una era de transigencia oren como el Señor Jesucristo mismo y los apóstoles, que su autoridad final sea la Palabra escrita de Dios. Rechacen cualquier tentación de ceder, como lo hizo el mismo Señor, con dos poderosas palabras: “ESCRITO ESTA”.
Inmediatamente después de abandonar el sacerdocio y la Iglesia Católica, comenzó a trabajar como un evangelista en los Estados Unidos y también en Centro y Sudamérica. En 1992 sufrió una seria parálisis después de una operación en la espalda. La forma en que soporta con gozo este gran impedimento físico es en sí mismo un testimonio a la gracia de Dios. Actualmente es evangelista y anfitrión de un programa de radio cristiana que continúa predicando la palabra del evangelio.